Los sonidos del agua


El agua renace mientras resbala por los cuerpos, toma nuestra forma, el vaivén de nuestra forma. De un salto, estamos aquí, hablando bajo y tranquilo, no como dos personas, si no como la piel que lentamente se abrirá humedecida. Un ritual, a mitad del día o de la noche, mientras el agua cae y la caricia de la yema de los dedos. Me gustaría no ser sólo un cuerpo desnudo bajo la regadera, si no el mar, digo, pero luego me arrepiento. Te ríes y entiendo que la coherencia del pensamiento no importa. En este momento en que estamos solos, en que la nitidez rompe el ramaje de la razón, resulta contradictorio pensar en cómo los mensajes, bajo el escrutinio de un análisis frío, se forjan en destellos que se van borrando, en islas o desiertos.

El agua cae, resbala y comienza su abandono, la gravedad la arrastra hacia el remolino.

—Pudiéramos quedarnos aquí, eternamente.

—Tiene que haber un punto más lejano que esto.

— El mar, por ejemplo, para encontrarnos. Nuestros cuerpos yendo y viniendo como las olas, ese cruce, esa explosión. La memoria como un tejido uniéndonos definitivamente.

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