Imágenes de la lluvia


Para Manuel Delgado Castro, periodista

Un total de 17.8 milímetros de agua por centímetro cúbico de agua, lo que dejó el mal temporal que se presentó a las 04:00 de la mañana de este sábado y concluyó a las 08:30, según reporte del Observatorio Regional de Afluencia de Lluvias de Conagua.
Humberto Rodríguez, titular de la Coordinación Regional de Protección Civil de Coahuila, en las últimas 24 horas se acumularon un total de 20.2 milímetros por centímetro cúbico de agua, cuyas lluvias dejaron afectadas las colonias Las Fuentes, Valle Dorado, Roma, Residencial del Norte y los bulevares Independencia y Constitución.
Se pronostica que al menos en las próximas 24 horas el mal tiempo continuará con un 50% de posibilidades de lluvias, ya que en las costas del Pacífico se genera una baja presión y rachas de vientos. (Milenio, 21/06/2014)

Desde hace cuatro días llueve en Torreón. Las nubes se dejaron venir y las calles se llenaron de charcos. Me siento extraña, le digo, cuando tomamos boulevard Revolución y doblamos por Diagonal Reforma. Federico García Lorca escribió: “La lluvia tiene un vago secreto de ternura, / algo de soñolencia resignada y amable, / una música humilde se despierta con ella / que hace vibrar el alma dormida del paisaje”.

Por momentos creo que estoy en Colima, mi ciudad natal. La lluvia colmaba la huerta paterna, recuerdo. Los ciruelos, los limones, los naranjos totalmente empapados. Más allá de Alcaraces, el agua y el viento quebraban por el medio los troncos. Árboles yacían tirados en medio de la carretera y el coche debía esquivar con precaución. Los huracanes hacían estragos como el volcán cuando reventaba en fuego y ceniza.

Llegamos al taller mecánico. Huele a humedad, a aceite bajo las ruedas de los coches. Luego, los dos, desprotegidos bajo la lluvia. La calle es un gran espejo; si viniéramos en el auto, el espejo y sus imágenes pasarían desapercibidos. Si en un principio éste acerco a las familias: “la gente no viajaba más allá de un par de kilómetros de casa”, ahora nos priva de la lluvia mojándonos poco a poco.
Los coches y los autobuses pasan a toda velocidad y mojan a los transeúntes. Éstos miran el desastre en sus ropas y algunos, atreviéndose, gritan sarta de maldiciones.

El Cuerpo de Bomberos y personal de Protección Civil en este momento se mantiene en alerta debido a la fuerte lluvia que se presentó en toda la ciudad.
Se informó que se tienen listas las motobombas, así como los camiones cisterna, equipo hidráulico, entre otros aditamentos para cualquier contingencia de riesgo que se pueda presentar debido al mal temporal.
Por su parte, Guillermo Flores recomendó a todos los automovilistas que reduzcan los límites de velocidad para no verse involucrados en accidentes. Dijo que el riesgo de participar en un percance vial es latente, ya que el pavimento está mojado, por lo que el vehículo podría derrapar y así estrellarse contra otro. (Zócalo, Saltillo, 21/06/2014)

A mis seis años jugar bajo la lluvia era como tenderme en la mesa de las autopsias. La fiebre anidaba dentro de mí y volaba mi cabeza en témpanos de oscuridad. Por causa del agua, la vida era muerte vertiginosa. Tampoco podía caminar descalza. Hubo un viaje, de todos los que colmaron la época de la infancia, en el que renuncié a la silla desde la cual contemplaba castillos de lodo. Otros niños jugaban y sus pies desnudos recorrían senderos en las huertas de mango y plátano.

La muerte y el agua caminan juntas, le digo al hombre que me extiende su mano, cruzamos una calle y otra. A mis once años, las olas del mar me arrebatan de la orilla y me hunden bajo su mancha oscura. Mis brazos se agitan en sentido contrario. Hay, sin embargo, un momento prodigioso en todo esto: alguien me lleva a flote.

En El Tajito, el drenaje pluvial, inaugurado hace apenas unos días, no funcionó debido a una falla eléctrica en el cárcamo de rebombeo, generando inundaciones. (Siglo TV, “Se les mete el agua a sus hogares”, 22 de junio de 2014)

Bajo las ruedas de los coches el agua estalla como una granada. Una granada de reflejos, no de muerte. Era el mes de abril y los medios reportaban: “dos individuos a bordo de una motocicleta se encontraban merodeando por el sector y repentinamente se acercaron a la ventana de la casa y uno de ellos lanzó un artefacto explosivo al interior que en cuestión de segundos estalló con gran estruendo”. El golpe del agua me hace volver a aquella escena que vimos en la televisión y las redes sociales. Juan David Gamboa Pilligua de apenas siete años de edad, en ciudadela Pedro Menéndez 2 del cantón El Triunfo, Ecuador, recibió el impacto de una. Yo hablo de la granada de la lluvia.

Las ciudades del norte son otra cosa. Cualquier lluviecita nos hace vivir momentos muy amargos. Peor aún, si ésta se prolonga horas enteras. Ausentes los colectores pluviales, conducir entre pozos que no se ven y autos varados, es arriesgarse tanto como aquel que se para justo en la orilla del abismo. Colima, en cambio, es historia de ciclones y huracanes: a) el huracán de 1959 en Jalisco, Colima y Minatitlán; b) “Jova”, en el 2011, provoca desbordamientos de arroyos y ríos; c) en mayo de 2014, el huracán “Amanda” causa estragos. La lista es larga; basta volver a los archivos, mover la memoria hacia dentro o fuera del agua.

Volver a Colima es evocar aquellos versos de Avelino Gómez: “Yo que nunca conocí el lenguaje / de las naves del mar. / Yo que no leí lo que estaba escrito / en las hélices de los buques de carga / o en las cubiertas de los grandes transbordadores. // Yo que apenas viví el infantil temor / de un naufragio / cuando en mi imaginación / se hacía a la mar / un bote de cartón. // Yo que no soy siquiera / una mínima parte del muelle / que se cimbra en cada desembarco / también estoy aquí / resistiendo la tempestad.

La lluvia se despidió y el sol devela una ciudad empantanada. Recuperamos la ciudad dolida, porque en ella, hay familias que no se despiden del agua y se levantan bajo techos reblandecidos, muebles que no sirven, comida maloliente. Las máquinas se llevan la suciedad de los drenajes, el escombro acumulando, lodo. La ciudad narra otra historia. Los árboles verdes protegen el alma.

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